El anciano asintió lentamente.
—¿Qué dicen?
El anciano alzó el rostro. Le temblaban los labios. Me pareció que había envejecido cien años desde la última vez que le había visto.
—Es la historia que usted buscaba, Daniel. La historia de una mujer que nunca conocí, aunque llevara mi nombre y mi sangre. Ahora le pertenece a usted.
Me guardé el sobre en el bolsillo del abrigo.
—Le voy a pedir que me deje solo, aquí con ella, si no le importa. Hace un rato, mientras leía esas páginas, me ha parecido que la reencontraba. Yo, por más que me esfuerce, sólo consigo recordarla como cuando era niña. De pequeña era muy callada, ¿sabe usted? Lo miraba todo, pensativa, y nunca se Página 215 de 288
Carlos
Ruiz
Zafón
La
sombra
del
viento
reía. Lo que más le gustaba eran los cuentos. Siempre me pedía que le leyese cuentos y no creo que haya habido una cría que aprendiese antes a leer. Decía que quería ser escritora y redactar enciclopedias y tratados de historia y filosofía. Su madre decía que todo aquello era culpa mía, que Nuria me adoraba y como pensaba que su padre sólo quería a los libros, ella quería escribir libros para que su padre la quisiera a ella.
—Isaac, no me parece una buena idea que esté usted solo esta noche.
¿Por qué no se viene conmigo? Se queda esta noche en casa, y así le hace compañía a mi padre.
Isaac negó de nuevo.
—Tengo que hacer, Daniel. Váyase usted a casa, y lea esas páginas. Le pertenecen a usted.
El anciano desvió la mirada y me dirigí hacia la puerta. Estaba en el umbral cuando la voz de Isaac me llamó, apenas un susurro.
—¿Daniel?
—Sí.
—Tenga usted mucho cuidado.
Cuando salí a la calle me pareció que la negrura se arrastraba por el empedrado, pisándome los talones. Apreté el paso y no aflojé el ritmo hasta que llegué al piso de Santa Ana. Al entrar en casa encontré a mi padre refugiado en su butaca con un libro abierto en el regazo. Era un álbum de fotografías. Al verme, se incorporó con una expresión de alivio que le arrancó el cielo de encima.
—Ya estaba preocupado —dijo—. ¿Cómo fue el entierro?
Me encogí de hombros y mi padre asintió gravemente, dando el tema por cerrado.
—Te he preparado algo de cena. Si te apetece, lo recaliento y..
—No tengo hambre, gracias. He picado algo por ahí. Me miró a los ojos y asintió de nuevo. Se volvió y empezó a recoger los platos que había dispuesto en la mesa. Fue entonces, sin saber bien por qué, cuando me acerqué a él y le abracé. Sentí que mi padre, sorprendido, me abrazaba a su vez.
—Daniel, ¿estás bien?
Estreché a mi padre entre mis brazos con fuerza.
—Te quiero —murmuré.
Repicaban las campanas de la catedral cuando empecé a leer el manuscrito de Nuria Monfort. Su caligrafía menuda y ordenada me recordó la pulcritud de su escritorio, como si hubiese querido buscar en las palabras la paz y la seguridad que la vida no había querido concederle.
Página 216 de 288
Carlos
Ruiz
Zafón
La
sombra
del
viento
NURIA MONFORT