Zafón
La
sombra
del
viento
—Me cuentan que tu marido, ese tal Moliner, es escritor... A lo mejorle interesaría escribir un libro sobre mi amigo Fumero, para el que ya tengotítulo: Fumero, azote del crimen o la ley de la calle. ¿Qué me dices, Nurieta?
—Se lo agradezco muchísimo, señor Sanmartí, pero es que Miquelestá enfrascado en una novela y no creo que pueda en este momento...
Sanmartí reía a carcajadas.
—¿Una novela? Por Dios, Nurieta... Si la novela está muerta yenterrada. Me lo contaba el otro día un amigo que acaba de llegar de NuevaYork. Los americanos están inventando una cosa que se llama televisión yque será como el cine, pero en casa. Ya no harán falta ni libros, ni misa, ninada de nada. Dile a tu marido que se deje de novelas. Si al menos tuviesenombre, fuera futbolista o torero... Mira, ¿qué me dices si cogemos elBugatti y nos vamos a comer una paella a Castelldefels para discutir todoesto? Mujer, es que tienes que poner algo de tu voluntad... Ya sabes que amí me gustaría ayudarte. Y a tu maridito también. Ya sabes que en estepaís, sin padrinos, no hay nada que hacer.
Empecé a vestirme como una viuda de Corpus o una de esas mujeres que parecen confundir la luz del sol con el pecado mortal. Acudía a trabajar con el pelo recogido en un moño y sin maquillar. Pese a mis ardides, Sanmartí seguía espolvoreándome con sus insinuaciones, siempre prendidas de esa sonrisa aceitosa y gangrenada de desprecio que caracteriza a los eunucos prepotentes que penden como morcillas tumefactas de los altos escalafones de toda empresa. Tuve dos o tres entrevistas con perspectivas a otros empleos, pero tarde o temprano acababa por encontrarme otra versión de Sanmartí.
Crecían como plaga de hongos que anidan en el estiércol con que se siembran las empresas. Uno de ellos se tomó la molestia de llamar a Sanmartí y decirle que Nuria Monfort andaba buscando empleo a sus espaldas. Sanmartí me convocó a su despacho, herido de ingratitud. Me puso la mano en la mejilla e hizo un amago de caricia. Le olían los dedos a tabaco y a sudor. Me quedé lívida.
—Mujer, si no estás contenta, sólo tienes que decírmelo. ¿Qué puedohacer para mejorar tus condiciones de trabajo? Ya sabes lo que te aprecio yme duele saber por terceros que nos quieres dejar. ¿Qué tal si nos vamos acenar tú y yo por ahí y hacemos las paces ?
Retiré su mano de mi rostro, sin poder ocultar más la repugnancia que me producía.
—Me decepcionas, Nuria. Tengo que confesarte que no veo en tiespíritu de equipo ni feen el proyecto de esta empresa.
Mercedes ya me había advertido que, tarde o temprano, algo así iba a suceder. Días después, Sanmartí, que competía en gramática con un orangután, empezó a devolver todos los manuscritos que yo corregía alegando que estaban plagados de errores. Casi todos los días me quedaba en el despacho hasta las diez o las once de la noche, rehaciendo una y otra vez páginas y páginas con las tachaduras y comentarios de Sanmartí.
—Demasiados verbos en pasado. Suena muerto, sin nervio... Elinfinitivo no se usa después de punto y coma. Eso lo sabe todo el mundo...
Algunas noches, Sanmartí se quedaba también hasta tarde, encerrado en su despacho. Mercedes intentaba estar allí, pero en más de una ocasión Sanmartí la enviaba a casa. Entonces, cuando nos quedábamos solos en la editorial, Sanmartí salía de su despacho y se acercaba a mi mesa.
Página 262 de 288
Carlos
Ruiz
Zafón
La
sombra
del
viento
—Trabajas mucho, Nurieta. No todo es el trabajo. También hay quedivertirse. Y tú aún eres joven. Aunque la juventud pasa y no siempresabemos sacarle partido.
Se sentaba en el borde de mi mesa y me miraba fijamente. A veces se colocaba a mi espalda y se quedaba allí durante un par de minutos y podía sentir su aliento fétido en el pelo. Otras veces me posaba las manos sobre los hombros.
—Estás tensa, mujer. Relájate.
Yo temblaba, quería gritar o echar a correr y no volver a aquella oficina, pero necesitaba el empleo y el mísero sueldo que me proporcionaba. Una noche, Sanmartí empezó con su rutina del masaje y empezó a manosearme con avidez.
—Un día me vas a hacer perder la cabeza —gemía.
Me escapé de sus zarpas de un brinco y corrí hasta la salida, arrastrando el abrigo y el bolso. Sanmartí se reía a mi espalda. En la escalera me tropecé con una figura oscura que parecía deslizarse por el vestíbulo sin rozar el suelo.
—Dichosos los ojos, señora Moliner..
El inspector Fumero me ofreció su sonrisa de reptil.
—No me diga que trabaja usted para mi buen amigo Sanmartí. Él,como yo, es el mejor en lo suyo. ¿Y dígame, qué tal está su marido?
Supe que tenía los días contados. Al día siguiente corrió el rumor en la oficina de que Nuria Monfort era una «tortillera», puesto que se mantenía inmune a los encantos y al aliento de ajos tiernos de don Pedro Sanmartí, y que se entendía con Mercedes Pietro. Más de un joven de porvenir en la empresa aseguraba haber visto a ese «par de guarras» besuqueándose en el archivo en contadas ocasiones.
Aquella tarde, al salir, Mercedes me pidió si podíamos hablar un momento. Apenas conseguía mirarme a los ojos. Acudimos al café de la esquina sin cruzar palabra.
Allí Mercedes me dijo que Sanmartí le había dicho que no veía con buenos ojos
nuestra amistad, que la policía le había dado informes sobre mí, sobre mi supuesto pasado de activista comunista.
—Nuria, yo no puedo perder este empleo. Lo necesito para sacaradelante a mi hijo...
Se derrumbó entre lágrimas, ajada por la vergüenza y la humillación, envejeciendo a cada segundo.