La
sombra
del
viento
los años de la guerra, y luego durante mucho tiempo después, volvería a encontrarla en decenas de hojas de registro y defunción de cuerpos que llegaban no se sabía de dónde y que nadie conseguía identificar...
—El inspector Francisco Javier Fumero...
—Orgullo y bastión de la Jefatura Superior de Policía. ¿Sabes lo que significa eso, Daniel?
—Que hemos estado dando palos de ciego desde el principio.
Barceló tomó su sombrero y su bastón y se dirigió hacia la puerta, negando por lo bajo.
—No, que los palos van á empezar ahora.
40
Pasé la tarde velando aquella funesta carta que me anunciaba mi incorporación a filas y esperando señales de vida de Fermín. Pasaba ya media hora del horario de cierre y Fermín seguía en paradero desconocido. Cogí el teléfono y llamé a la pensión en la calle Joaquín Costa. Contestó doña Encarna, que dijo con voz de cazalla que no había visto a Fermín desde aquella mañana.
—Si no está aquí en media hora, cenará frío, que esto no es el Ritz. No le ha pasado nada, ¿verdad?
—Descuide, doña Encarna. Tenía un recado pendiente y se habrá retrasado. En todo caso, si le viera usted antes de acostarse, le agradecería muchísimo que le dijera que me llamase. Daniel Sempere, el vecino de su amiga la Merceditas.
—Pierda cuidado, aunque le prevengo, yo a las ocho y media me meto en el sobre.
Acto seguido llamé a casa de Barceló, confiando en que tal vez Fermín se hubiese dejado caer por allí para vaciarle la despensa a la Bernarda o arramblarla en el cuarto de planchar. No se me había ocurrido que sería Clara quien contestase al teléfono.
—Daniel, esto sí que es una sorpresa.
Eso mismo digo yo, pensé. Dando un circunloquio digno del catedrático don Anacleto, dejé caer el objeto de mi llamada otorgándole apenas una importancia pasajera.
—No, Fermín no ha pasado por aquí en todo el día. Y la Bernarda ha estado conmigo toda la tarde, o sea que lo sabría. Hemos estado hablando de ti,
¿sabes?
—Pues qué conversación tan aburrida.
—La Bernarda dice que se te ve muy guapo, hecho todo un hombre.
—Tomo muchas vitaminas. Un largo silencio.
—Daniel, ¿crees que podremos volver a ser amigos algún día? ¿Cuántos años harán falta para que me perdones?
—Amigos ya somos, Clara, y yo no tengo nada que perdonarte. Ya lo sabes.
—Mi tío dice que andas todavía indagando sobre Julián Carax. A ver si te pasas un día por casa a merendar y me cuentas novedades. Yo también tengo cosas que contarte.
—Uno de estos días, sin falta.
—Me voy a casar, Daniel.
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Carlos
Ruiz
Zafón
La
sombra
del
viento
Me quedé mirando el auricular. Tuve la impresión de que los pies se me hundían en el suelo o de que mi esqueleto encogía unos centímetros.
—Daniel, ¿estás ahí?
—Sí.
—Te ha sorprendido.