"Unleash your creativity and unlock your potential with MsgBrains.Com - the innovative platform for nurturing your intellect." » » La sombra del viento – Carlos Ruiz Zafón🕯️

Add to favorite La sombra del viento – Carlos Ruiz Zafón🕯️

Select the language in which you want the text you are reading to be translated, then select the words you don't know with the cursor to get the translation above the selected word!




Go to page:
Text Size:

—Ay, hace ya tanto tiempo. Además, en los últimos años Julián ya paraba poco por aquí, ¿sabe usted? Había hecho un amigo en el colegio, un niño de muy buena familia, los Aldaya, no le digo nada. Ahora ya no se habla de ellos, pero por entonces era como decir la familia real. Mucho dinero. Lo sé porque a veces enviaban un coche a buscar a Julián. Tenía usted que haber visto qué coche. Ni Franco, oiga. Con chófer, todo reluciente. Mi Paco, que de esto entendía, me dijo que era un rolsroi o algo así. Ahí es nada.

Página 64 de 288

Carlos

Ruiz

Zafón

La

sombra

del

viento

—¿Recuerda usted el nombre de este amigo de Julián?

—Mire, con un apellido como Aldaya, no hacen falta nombres, a ver si me entiende usted. También me acuerdo de otro chico, un poco atolondrado, un tal Miquel. Creo que también era compañero suyo de clase. No me pregunte ni qué apellido ni qué cara tenía.

Parecía que habíamos llegado a un punto muerto y temí empezar a perder el interés de la portera. Decidí seguir una corazonada.

—¿Vive alguien ahora en el piso de los Fortuny?

—No. El viejo murió sin hacer testamento, y la mujer, que yo sepa, aún está en Buenos Aires y no vino ni al entierro.

—¿Por qué Buenos Aires?

—Porque no pudo encontrar un sitio más lejos de él, digo yo. No la culpo, la verdad. Lo dejó todo en manos de un abogado, un tipo muy raro. Yo no le he visto nunca, pero mi hija Isabelita, que vive en el quinto primera, justo debajo, dice que a veces, como tiene llave, viene por la noche y se pasa horas andando por el piso y luego se va. Una vez hasta me dijo que se oían como tacones de mujer. Ya me contará usted.

—A lo mejor eran zancos —sugerí.

Me miró sin comprender. Obviamente, para la portera el tema era muy serio.

—¿Y nadie más ha visitado el piso en todos estos años?

—Una vez se presentó aquí un tipo muy siniestro, de esos que sonríen todo el rato, un risitas, pero que se le ve venir de lejos. Dijo que era de la Brigada Criminal. Quería ver el piso.

—¿Dijo por qué?

La portera negó.

—¿Recuerda su nombre?

—Inspector nosequé. Ni me creí que fuese policía. El asunto olía mal, ya me entiende. A algo personal. Le facturé con viento fresco y le dije que no tenía las llaves del piso y que si quería algo, que llamase al abogado. Me dijo que volvería, pero no le he vuelto a ver por aquí. Ni ganas.

—¿No tendrá usted por casualidad el nombre y la dirección de ese abogado, verdad?

—Eso se lo tendría que preguntar usted al administrador de la finca, el señor Molins. Tiene la oficina aquí cerca, en el 28 de Floridablanca, entresuelo.

Dígale que va usted de parte de la señora Aurora, servidora de usted.

—Se lo agradezco mucho. Y dígame, señora Aurora, ¿entonces el piso de los Fortuny está vacío?

—Vacío no, porque nadie se ha llevado nada de ahí en todos los años desde que murió el viejo. Si a veces hasta huele. Yo diría que hay ratas y todo, fíjese usted.

—¿Cree usted que sería posible echarle un vistazo? A lo mejor encontramos algo que nos indique qué se hizo realmente de Julián...

—Ay, yo no puedo hacer eso. Tiene usted que hablarlo con el señor, Molins, que es el que lo lleva.

Le sonreí con malicia.

—Pero usted tendrá una llave maestra, supongo. Aunque le dijese a ese individuo que no... No me diga que no se muere usted de curiosidad por saber lo que hay ahí dentro.

Doña Aurora me miró de reojo.

Página 65 de 288

Carlos

Ruiz

Zafón

La

sombra

del

viento

—Es usted un demonio.

La puerta cedió como la losa de un sepulcro, con un quejido brusco, exhalando el aliento fétido y viciado del interior. Empujé el portón hacia el interior, desvelando un pasillo que se hundía en la negrura. El aire hedía a cerrado y a humedad. Volutas de mugre y polvo coronaban los ángulos de la techumbre, pendiendo como cabellos blancos. Las losas quebradas del suelo estaban recubiertas por lo que parecía un manto de cenizas. Advertí lo que parecían marcas de pisadas adentrándose en el piso.

—Santa Madre de Dios —murmuró la portera—. Aquí hay más mierda que en el palo de un gallinero.

—Si lo prefiere, ya entro yo solo —sugerí.

—Eso quisiera usted. Venga, tire palante, que yo le sigo.

Cerramos la puerta a nuestra espalda. Por un instante, hasta que la mirada se nos acostumbró a la penumbra, permanecimos inmóviles en el umbral del piso.

Escuché la respiración nerviosa de la portera y percibí el vahído agrio a sudor que desprendía. Me sentí como un ladrón de tumbas, con el alma envenenada de codicia y anhelo.

—Oiga, ¿qué será ese ruido? —preguntó la portera, inquieta.

Are sens