—Eso tiene arreglo —le informó Miquel—, para eso están los amigos ricos.
Así fue como Miquel y Julián empezaron a planear la fuga de los amantes.
El destino, por sugerencia de Moliner, sería París. Moliner opinaba que, puesto aser un artista bohemio y muerto de hambre, al menos el decorado de París erainmejorable. Penélope hablaba algo de francés y para Julián, gracias a lasenseñanzas de su madre, era una segunda lengua.
—Además, París es suficientemente grande para perderse, perosuficientemente pequeño para encontrar oportunidades —estimaba Miquel.
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Carlos
Ruiz
Zafón
La
sombra
del
viento
Su amigo reunió una pequeña fortuna, uniendo sus ahorros de años a loque pudo sacar a su padre con las excusas más peregrinas. Sólo Miquel sabría adonde iban.
—Y yo pienso enmudecer tan pronto subáis a ese tren.
Aquella misma tarde, después de ultimar los detalles con Moliner, Juliánacudió a la casa de la avenida del Tibidabo para explicarle el plan a Penélope.
—Lo que voy a decirte no puedes contárselo a nadie. A nadie. Ni siquiera aJacinta —empezó Julián.
La muchacha le escuchó atónita y hechizada. El plan de Moliner eraimpecable. Miquel compraría los billetes utilizando un nombre falso y contratandoa un desconocido para que los recogiese en la ventanilla de la estación. Si lapolicía, por ventura, daba con él, todo lo que les podría ofrecer era la descripciónde un personaje que no se parecía a Julián. Julián y Penélope se encontrarían enel tren. No habría espera en el andén para no dar oportunidad a ser vistos. Lafuga sería un domingo, al mediodía. Julián acudiría por su cuenta a la estación deFrancia. Allí le esperaría Miquel con los billetes y el dinero.
La parte más delicada era la que concernía a Penélope. Debía engañar aJacinta y pedir al aya que inventase una excusa para sacarla de misa de once yllevarla a casa. De camino, Penélope le pediría que la déjase ir al encuentro deJulián, prometiendo estar de vuelta antes de que la familia regresara al caserón.
Penélope aprovecharía entonces para acudir a la estación. Ambos sabían que, sile decía la verdad, Jacinta no les dejaría marchar. Les quería demasiado.
—Es un plan perfecto, Miquel —había dicho Julián al escuchar la estrategiaideada por su amigo.
Miquel asintió tristemente.
—Excepto por un detalle. El daño que vais a hacer a mucha gente al irospara siempre.
Julián había asentido, pensando en su madre y en Jacinta. No se le ocurriópensar que Miquel Moliner estaba hablando de sí mismo.
Lo más difícil fue convencer a Penélope de la necesidad de mantener aJacinta a oscuras respecto al plan. Sólo Miquel sabría la verdad. El tren partía a launa de la tarde. Para cuando la ausencia de Penélope fuese advertida, ya.
habrían cruzado la frontera. Una vez en París, se instalarían en un albergue comomarido y mujer, usando nombre falso. Enviarían entonces una carta a MiquelMoliner dirigida a sus familias confesando su amor, diciendo que estaban bien,que les querían, anunciando su matrimonio por la iglesia y pidiendo su perdón ycomprensión. Miquel Moliner metería la carta en un segundo sobre para eliminarel matasellos de París y él se encargaría de enviarla desde una localidad decercanías.
—¿Cuándo? —preguntó Penélope.
—En seis días —le dijo Julián—. Este domingo.
Miquel estimaba que, para no levantar sospechas, lo mejor era que durantelos días que faltaban para la fuga Julián no visitara a Penélope. Debían quedar deacuerdo y no volver a verse hasta que se encontrasen en aquel tren rumbo aParís. Seis días sin verla, sin tocarla, se le hacían infinitos. Sellaron el pacto, unmatrimonio secreto, en los labios.
Fue entonces cuando Julián condujo a Penélope hasta la alcoba de Jacintaen el tercer piso de la casa. En aquella planta sólo se encontraban lashabitaciones de la servidumbre y Julián quiso creer que nadie les encontraría. Sedesnudaron a fuego, con rabia y anhelo, arañando la piel y deshaciéndose en Página 165 de 288
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silencios. Se aprendieron los cuerpos de memoria y enterraron aquellos seis díasde separación en sudor y saliva. Julián la penetró con furia, clavándola contra losmaderos del suelo. Penélope le recibía con los ojos abiertos, las piernasabrazadas a su torso y los labios entreabiertos de ansia. No había atisbo defragilidad ni niñez en su mirada, en su cuerpo tibio que pedía más. Luego, con elrostro todavía prendido de su vientre y las manos en el pecho blanco que todavíatemblaba, Julián supo que debían despedirse. Apenas tuvo tiempo deincorporarse cuando la puerta de la habitación se abrió lentamente y la silueta deuna mujer se perfiló en el umbral. Por un segundo, Julián creyó que se trataba deJacinta, pero enseguida comprendió que se trataba de la señora Aldaya, que lesobservaba hechizada en un rapto de fascinación y repugnancia. Cuanto acertó abalbucear fue: «¿Dónde está Jacinta?» Sin más, se volvió y se alejó en silenciomientras Penélope se encogía en el suelo en una agonía muda y Julián sentíaque el mundo se desmoronaba a su alrededor.
—Vete ahora, Julián. Vete antes de que venga mi padre.
—Pero...
—Vete.