"Unleash your creativity and unlock your potential with MsgBrains.Com - the innovative platform for nurturing your intellect." » » La sombra del viento – Carlos Ruiz Zafón🕯️

Add to favorite La sombra del viento – Carlos Ruiz Zafón🕯️

Select the language in which you want the text you are reading to be translated, then select the words you don't know with the cursor to get the translation above the selected word!




Go to page:
Text Size:

Fortunato, su hijo se viene conmigo, que le quiero presentar a mi Jorge.

Tranquilo, que luego se lo devolvemos. Dime, muchacho, ¿has subido alguna vezen un Mercedes Benz ?

Julián dedujo que aquél era el nombre del armatoste imperial que elindustrial empleaba para desplazarse. Negó con la cabeza.

Pues ya va siendo hora. Es como ir al cielo, pero no hace falta morirse.

Antoni Fortuny los vio partir en aquel carruaje de lujo desaforado y, cuandobuscó en su corazón, sólo sintió tristeza. Aquella noche, mientras cenaba conSophie (que llevaba su vestido y sus zapatos nuevos y casi no mostraba marcasni cicatrices), se preguntó en qué se había equivocado esta vez. Justo cuandoDios le devolvía un hijo, Aldaya se lo quitaba.

—Quítate ese vestido, mujer, que pareces una furcia. Y que no vuelva a vereste vino en la mesa. Con el rebajado con agua tenemos más que suficiente. Laavaricia nos acabará pudriendo.

Julián nunca había cruzado al otro lado de la avenida Diagonal. Aquella línea de arboledas, solares y palacios varados a la espera de una ciudad era una frontera prohibida. Por encima de la Diagonal se extendían aldeas, colinas y parajes de misterio, de riqueza y leyenda. A su paso, Aldaya le hablaba del colegio de San Gabriel, de nuevos amigos que no había visto jamás, de un futuro que no había creído posible.

—¿Y tú a qué aspiras, Julián? En la vida, quiero decir.

No sé. A veces pienso que me gustaría ser escritor. Novelista.

—Como Conrad, ¿eh? Eres muy joven, claro. Y dime, ¿la banca no tetienta?

Página 122 de 288

Carlos

Ruiz

Zafón

La

sombra

del

viento

—No lo sé, señor. La verdad es que no se me había pasado por la cabeza.

Nunca he visto más de tres pesetas juntas. Las altas finanzas son un misteriopara mí.

Aldaya rió.

—No hay misterio alguno, Julián. El truco está en no juntar las pesetas detres en tres, sino de tres millones en tres millones. Entonces no hay enigma quevalga. Ni la santísima trinidad.

Aquella tarde, ascendiendo por la avenida del Tibidabo, Julián creyó cruzarlas puertas del paraíso. Mansiones que se le antojaron catedrales flanqueaban elcamino. A medio trayecto, el chófer torció y cruzaron la verja de una de ellas. Alinstante, un ejército de sirvientes se puso en marcha para recibir al señor. Todo loque Julián podía ver era un caserón majestuoso de tres pisos. No se le habíaocurrido jamás que personas reales viviesen en un lugar así. Se dejó arrastrar porel vestíbulo, cruzó una sala abovedada donde una escalinata de mármol ascendíaperfilada por cortinajes de terciopelo, y penetró en una gran sala cuyas paredesestaban tejidas de libros desde el suelo al infinito.

—¿Qué te parece? —preguntó Aldaya.

Julián apenas le escuchaba.

Damián, dígale a Jorge que baje a la biblioteca ahora mismo.

Los sirvientes, sin rostro ni presencia audible, se deslizaban a la mínimaorden del señor con la eficacia y la docilidad de un cuerpo de insectos bienentrenados.

—Vas a necesitar otro guardarropía, Julián. Hay mucho cafre que sólorepara en las apariencias... Le diré a Jacinta que se encargue de eso, tú ni tepreocupes. Y casi mejor que no se lo menciones a tu padre, no se vaya amolestar. Mira, aquí viene Jorge. Jorge, quiero que conozcas a un muchachoestupendo que va a ser tu nuevo compañero de clase. Julián Fortu...

Julián Carax —precisó él.

Julián Carax —repitió Aldaya, satisfecho—. Me gusta cómo suena.

Éste es mi hijo Jorge.

Julián ofreció su mano y Jorge Aldaya se la estrechó. Tenía el tactotibio, sin ganas. Su rostro lucía el cincelado puro y pálido que confería el habercrecido en aquel mundo de muñecas. Vestía ropas y calzaba zapatos que aJulián se le antojaban novelescos. Su mirada delataba un aire de suficiencia yarrogancia, de desprecio y cortesía almibarada. Julián le sonrió abiertamente,leyendo inseguridad, temor y vacío bajo aquel caparazón de pompa ycircunstancia.

—¿Es verdad que no has leído ninguno de estos libros?

—Los libros son aburridos.

—Los libros son espejos: sólo se ve en ellos lo que uno ya lleva dentro

—replicó Julián.

Don Ricardo Aldaya rió de nuevo.

—Bueno, os dejo solos para que os conozcáis. Julián, ya verás queJorge, debajo de esa careta de niño mimado y engreído, no es tan tonto comoparece. Algo tiene de su padre.

Las palabras de Aldaya parecieron caer como puñales en el muchacho,aunque no cedió su sonrisa ni un milímetro. Julián se arrepintió de su réplica ysintió lástima por el muchacho.

—Tú debes de ser el hijo del sombrerero —dijo Jorge, sin malicia—. Mipadre habla mucho de ti últimamente.

Página 123 de 288

Carlos

Ruiz

Zafón

La

sombra

del

viento

—Es la novedad. Espero que no me lo tengas en cuenta. Debajo de estacareta de entrometido sabelotodo, no soy tan idiota como parezco.

Jorge le sonrió. Julián pensó que sonreía como la gente que no tieneamigos, con gratitud.

Are sens