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—Si yo le contara... —musitó Fermín.

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Carlos

Ruiz

Zafón

La

sombra

del

viento

—Pues no estaría de más que me contasen ustedes algo, algo verídico, para variar.

—Le podemos decir que Fumero no fue quien quemó sus libros.

—¿Quién fue entonces?

—Con toda seguridad fue un hombre con el rostro desfigurado por el fuego que se hace llamar Laín Coubert.

—¿No es ése...?

Asentí.

—El nombre de un personaje de Carax. El diablo.

El padre Fernando se reclinó en su butaca, casi tan perdido como nosotros.

—Lo que parece cada vez más claro es que Penélope Aldaya es el centro de todo este asunto, y es de ella de quien menos sabemos —apuntó Fermín.

—No creo que yo pueda ayudarles ahí. Apenas la vi, de lejos, un par o tres de veces. Cuanto sé de ella es lo que me contó Julián, que no era mucho. La única persona a quien oí mencionar el nombre de Penélope alguna vez fue a Jacinta Coronado.

—¿Jacinta Coronado?

—El aya de Penélope. Había criado a Jorge y a Penélope. Los quería con locura, especialmente a Penélope. A veces venía al colegio a recoger a Jorge, porque a don Ricardo Aldaya no le gustaba que sus hijos pasaran un segundo sin la vigilancia de alguien de la casa. Jacinta era un ángel. Había oído decir que yo, como Julián, éramos muchachos de recursos modestos y siempre nos traía algo de merendar porque creía que pasábamos hambre. Yo le decía que mi padre era el cocinero, que no se preocupase que de comer no me faltaba. Pero ella insistía.

Yo la esperaba a veces y hablaba con ella. Era la mujer más buena que jamás he conocido. No tenía hijos, ni novio conocido. Estaba sola en el mundo y había dado la vida por criar a los hijos de los Aldaya. Adoraba a Penélope con toda su alma.

Aún habla de ella...

—¿Está usted todavía en contacto con Jacinta?

—La visito a veces en el asilo de Santa Lucía. Ella no tiene a nadie. El Señor, por razones que nos están veladas al entendimiento, no siempre nos premia en vida. Jacinta es una mujer muy mayor ya y sigue tan sola como siempre lo estuvo.

Fermín y yo intercambiamos una mirada.

—¿Y Penélope? ¿No la ha visitado nunca?

La mirada del padre Fernando era un pozo de negrura.

—Nadie sabe qué se hizo de Penélope. Esa muchacha era la vida de Jacinta. Cuando los Aldaya se marcharon a América y ella la perdió, lo perdió todo.

—¿Por qué no se la llevaron con ella? ¿Marchó Penélope también a la Argentina, con el resto de los Aldaya? —pregunté.

El sacerdote se encogió de hombros.

—No lo sé. Nadie volvió a ver a Penélope o a oír hablar de ella después de 1919.

—El año que Carax marchó a París —observó Fermín.

—Tienen que prometerme ustedes que no van a molestar a esa pobre anciana para desenterrar recuerdos dolorosos.

—¿Por quién nos toma el mosén? —preguntó Fermín, airado.

Sospechando que no nos iba a sacar nada más, el padre Fernando nos hizo jurarle que le mantendríamos informado de lo que averiguásemos. Fermín, Página 130 de 288

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Ruiz

Zafón

La

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