"Unleash your creativity and unlock your potential with MsgBrains.Com - the innovative platform for nurturing your intellect." » » La sombra del viento – Carlos Ruiz Zafón🕯️

Add to favorite La sombra del viento – Carlos Ruiz Zafón🕯️

Select the language in which you want the text you are reading to be translated, then select the words you don't know with the cursor to get the translation above the selected word!




Go to page:
Text Size:

—Mi familia es la que me ha confinado a este pozo. Menuda jauría de sanguijuelas, capaces de robarle a uno hasta los calzoncillos mientras aún están tibios. A ésos se los puede quedar el infierno o el ayuntamiento. Ya los he aguantado y mantenido suficientes años. Lo que quiero es una mujer.

—¿Perdón?

El anciano me miró con impaciencia.

—Los pocos años no le disculpan la opacidad de luces, chaval. Le digo que quiero una mujer. Una hembra, fámula o potranca de buena raza. Joven, esto es, menor de cincuenta y cinco años, y sana, sin llagas ni fracturas.

—No estoy seguro de entender...

—Me entiende usted divinamente. Quiero beneficiarme a una mujer que tenga dientes y no se mee encima antes de irme al otro mundo. No me importa si es muy guapa o no; yo estoy medio ciego, y a mi edad cualquier chavala que tenga donde agarrarse es una Venus. ¿Me explico?

—Como un libro abierto. Pero no veo cómo le voy a encontrar yo una mujer...

—Cuando yo tenía la edad de usted, había algo en el sector servicios llamado damas de virtud fácil. Ya sé que el mundo cambia, pero nunca en lo esencial. Consígame una, llenita y cachonda, y haremos negocios. Y si se está usted preguntando acerca de mi capacidad para gozar de una dama, piense que me contento con pellizcarle el trasero y sospesarle las beldades. Ventajas de la experiencia.

—Los tecnicismos son cosa suya, pero ahora no puedo traerle a una mujer aquí.

—Seré un viejo calentorro, pero no imbécil. Eso ya lo sé. Me basta con que me lo prometa.

—¿Y cómo sabe que no le diré que sí sólo para que me diga dónde está Jacinta Coronado?

Página 152 de 288

Carlos

Ruiz

Zafón

La

sombra

del

viento

El viejecillo me sonrió, ladino.

—Usted deme su palabra, y deje los problemas de conciencia para mí.

Miré a mi alrededor. Juanito enfilaba la segunda parte de su recital. La vida se apagaba por momentos.

La petición de aquel abuelete picantón era lo único que me pareció tener sentido en aquel purgatorio.

—Le doy mi palabra. Haré lo que pueda.

El anciano sonrió de oreja a oreja. Conté tres dientes.

—Rubia, aunque sea oxigenada. Con un par de buenas peras y con voz de guarra, a ser posible, que de todos los sentidos, el que mejor conservo es el del oído.

—Veré lo que puedo hacer. Ahora dígame dónde encontrar a Jacinta Coronado.

31

—¿Que le ha prometido al matusalén ese el qué?

—Ya lo ha oído.

—Lo habrá dicho en broma, espero.

—Yo no le miento a un abuelete en las últimas, por fresco que sea.

—Y ello le ennoblece, Daniel, pero ¿cómo piensa usted colar a una fulana en esta santa casa?

—Pagando triple, supongo. Los detalles específicos se los dejo a usted.

Fermín se encogió de hombros, resignado.

—En fin, un trato es un trato. Ya pensaremos en algo. Ahora bien, la próxima vez que se plantee una negociación de esta naturaleza, déjeme hablar a mí.

—Concedido.

Tal y como me había indicado el anciano vivales, encontramos a Jacinta Coronado en un altillo al que sólo se podía acceder desde una escalinata en el tercer piso. Según el abuelete lujurioso, el ático era el refugio de los escasos internos a quienes la parca no había tenido la decencia de privar de entendimiento, estado por otra parte de escasa longevidad. Al parecer, aquella ala oculta había albergado en su día las habitaciones de Baltasar Deulofeu, alias Laszlo de Vicherny, desde las cuales presidía las actividades del Tenebrarium y cultivaba las artes amatorias recién llegadas de Oriente entre vapores y aceites perfumados.

Cuanto quedaba de aquel dudoso esplendor eran los vapores y perfumes, si bien de otra naturaleza. Jacinta Coronado languidecía rendida en una silla de mimbre, envuelta en una manta

—¿Señora Coronado? —pregunté alzando la voz, temiendo que la pobre estuviese sorda, tarada o ambas cosas.

La anciana nos examinó con detenimiento y cierta reserva. Tenía la mirada arenosa, y apenas unas mechas de cabello blanquecino le cubrían la cabeza.

Advertí que me observaba con extrañeza, como si me hubiera visto antes y no recordase dónde. Temí que Fermín se apresurase a presentarme como el hijo de Carax o algún ardid semejante, pero se limitó a arrodillarse a la vera de la anciana y a tomar su mano temblorosa y ajada.

—Jacinta, yo soy Fermín, y este pimpollo es mi amigo Daniel. Nos envía su amigo el padre Fernando Ramos, que hoy no ha podido venir porque tenía doce Página 153 de 288

Carlos

Ruiz

Zafón

La

sombra

del

viento

Are sens