"Unleash your creativity and unlock your potential with MsgBrains.Com - the innovative platform for nurturing your intellect." » » La sombra del viento – Carlos Ruiz Zafón🕯️

Add to favorite La sombra del viento – Carlos Ruiz Zafón🕯️

Select the language in which you want the text you are reading to be translated, then select the words you don't know with the cursor to get the translation above the selected word!




Go to page:
Text Size:

Carlos

Ruiz

Zafón

La

sombra

del

viento

principal nos esperaba al final del corredor, los resquicios proyectando un rectángulo de luz.

—Está cerrada —musitó Bea.

Palpé mis bolsillos buscando la llave. Volví la vista atrás una fracción de segundo y tuve la certeza de que dos puntos brillantes avanzaban lentamente hacia nosotros desde el fondo del corredor. Ojos. Mis dedos dieron con la llave. La introduje desesperadamente en la cerradura, abrí y empujé a Bea al exterior con brusquedad. Bea debió de leer el temor en mi voz porque se apresuró hacia la verja a través del jardín y no se detuvo hasta que nos encontramos los dos sin aliento y cubiertos de sudor frío en la acera de la avenida del Tibidabo.

—¿Qué ha pasado ahí abajo, Daniel? ¿Había alguien?

—No.

—Estás pálido.

—Soy pálido. Anda, vamos.

—¿Y la llave?

La había dejado dentro, encajada en la cerradura. No sentí deseos de regresar a por ella.

—Creo que la he perdido al salir. Ya la buscaremos otro día.

Nos alejamos avenida abajo a paso ligero. Cruzamos hasta la otra acera y no aflojamos el paso hasta que nos encontramos a un centenar de metros del caserón y su silueta apenas se adivinaba en la noche. Descubrí entonces que todavía tenía la mano manchada de cenizas y di gracias por el manto de sombra de la noche, que ocultaba a Bea las lágrimas de terror que me resbalaban por las mejillas.

Anduvimos calle Balmes abajo hasta la plaza Núñez de Arce, donde encontramos un taxi solitario. Descendimos por Balmes hasta Consejo de Ciento casi sin mediar palabra. Bea me tomó la mano y un par de veces la descubrí observándome con mirada vidriosa, impenetrable. Me incliné a besarla, pero no separó los labios.

—¿Cuándo volveré a verte?

—Te llamaré mañana o pasado —dijo.

—¿Lo prometes?

Asintió.

—Puedes llamar a casa o a la librería. Es el mismo número. Lo tienes,

¿verdad?

Asintió de nuevo. Le pedí al conductor que se detuviese un momento en la esquina de Muntaner y Diputación. Me ofrecí a acompañar a Bea hasta su portal, pero ella se negó y se alejó sin dejarme besarla de nuevo, ni siquiera rozarle la mano. Echó a correr y la vi partir desde el taxi. Las luces del piso de los Aguilar estaban encendidas y pude ver claramente a mi amigo Tomás observándome desde la ventana de su habitación, en la que habíamos pasado tantas tardes juntos charlando o jugando al ajedrez. Le saludé con la mano, forzando una sonrisa que probablemente no podía ver. No me devolvió el saludo. Su silueta permaneció inmóvil, pegada al cristal, contemplándome fríamente. Unos segundos más tarde se retiró y las ventanas se oscurecieron.

Estaba esperándonos, pensé.

Página 187 de 288

Carlos

Ruiz

Zafón

La

sombra

del

viento

35

Al llegar a casa encontré los restos de una cena para dos en la mesa. Mi padre ya se había retirado y me pregunté si, por ventura, se habría animado a invitar a la Merceditas a cenar en casa. Me deslicé hasta mi habitación y entré sin encender la luz. Tan pronto me senté en el borde del colchón advertí que había alguien más en la estancia, tendido en la penumbra sobre el lecho como un difunto con las manos cruzadas sobre el pecho. Sentí un latigazo de frío en el estómago pero rápidamente reconocí los ronquidos y el perfil de aquella nariz sin parangón. Encendí la lamparilla de noche y encontré a Fermín Romero de Torres perdido en una sonrisa embelesada y emitiendo pequeños gemidos placenteros sobre la colcha. Suspiré y el durmiente abrió los ojos. Al verme pareció extrañado. Obviamente esperaba otra compañía. Se frotó los ojos y miró alrededor, haciéndose una más ajustada composición del lugar.

—Espero no haberle asustado. La Bernarda dice que dormido parezco el Boris Karloff español.

—¿Qué hace en mi cama, Fermín?

Entornó los ojos con cierta nostalgia.

—Soñando con Carole Lombard. Estábamos en Tánger, en unos baños turcos, y yo la untaba toda de aceite de ese que venden para el culillo de los bebés. ¿Ha untado usted alguna vez a una mujer de aceite, de arriba abajo, a conciencia?

—Fermín, son las doce y media de la noche y no me tengo de sueño.

—Usted disculpe, Daniel. Es que su señor padre insistió en que subiera a cenar y luego me entró una ñoña, porque a mí la carne de res me produce un efecto narcótico. Su padre me sugirió que me tendiese aquí un rato, alegando que a usted no le importaría...

Y no me importa, Fermín. Es que me ha pillado por sorpresa. Quédese con la cama y vuelva con Carole Lombard, que le debe de estar esperando. Y

métase dentro, que hace una noche de perros y encima va a pillar algo. Yo me iré al comedor.

Fermín asintió mansamente. Las magulladuras de la cara se le estaban inflamando y su cabeza, tramada con una barba de dos días y aquella escasa cabellera rala, parecía una fruta madura caída de un árbol. Cogí una manta de la cómoda y le tendí otra a Fermín. Apagué la luz y salí al comedor, donde me esperaba el butacón predilecto de mi padre. Me envolví en la manta y me acurruqué como pude, convencido de que no iba a pegar ojo. La imagen de dos ataúdes blancos en la tiniebla me sangraba en la mente. Cerré los ojos y puse todo mi empeño en borrar aquella visión. En su lugar, conjuré la visión de Bea desnuda sobre las mantas en aquel cuarto de baño a la luz de las velas. Abandonado a estos felices pensamientos, me pareció oír el murmullo lejano del mar y me pregunté si el sueño me habría vencido sin yo saberlo. Quizá navegaba rumbo a Tánger.

Al poco comprendí que eran sólo los ronquidos de Fermín y un instante después se apagó el mundo. En toda mi vida no he dormido mejor ni más profundamente que aquella noche.

Amaneció lloviendo a cántaros, con las calles anegadas y la lluvia acribillando las ventanas con rabia. El teléfono sonó a las siete y media. Salté de la butaca a contestar con el corazón en el gaznate. Fermín, en albornoz y pantuflas, y Página 188 de 288

Carlos

Ruiz

Are sens