—¿Qué le ha contado usted, Daniel?
—Hemos llegado hasta el segundo acto: entrada de la femme fatale —
precisó Barceló.
—¿Nuria Monfort? —preguntó Fermín.
Barceló se relamió con deleite.
—¿Pero es que hay más de una? Esto parece el rapto del serrallo.
—Le ruego que baje la voz, que aquí mi prometida está presente.
—Tranquilo, que su prometida lleva en las venas media botella de brandy Lepanto. No la despertaríamos ni a cañonazos. Ande, dígale a Daniel que me cuente el resto. Tres cabezas piensan mejor que dos, especialmente si la tercera es la mía.
Fermín hizo amago de encogerse de hombros entre los vendajes y cabestrillos.
—Yo no me opongo, Daniel. Usted decide.
Resignado a tener a don Gustavo Barceló a bordo, continué mi relato hasta llegar al punto en que Fumero y sus hombres nos habían sorprendido en la calle Moncada horas antes. Concluida la narración, Barceló se levantó y anduvo arriba y abajo por la habitación, cavilando. Fermín y yo le observábamos con cautela. La Bernarda roncaba como un becerrillo.
—Criaturita —susurraba Fermín, embelesado.
—Varias cosas me llaman la atención —dijo finalmente el librero—.
Evidentemente, el inspector Fumero está en esto hasta el frenillo, aunque cómo y por qué es algo que se me escapa. Por un lado está esa mujer...
—Nuria Monfort.
—Luego tenemos el tema del regreso de Julián Carax a Barcelona y su asesinato en las calles de la ciudad tras un mes en que nadie sabe de él.
Obviamente, la fámula miente por los codos y hasta sobre el tiempo.
—Eso vengo yo diciéndolo desde el principio —dijo Fermín—. Pasa que aquí hay mucha calentura juvenil y poca visión de conjunto.
—Quién fue a hablar: san Juan de la Cruz.
—Alto. Tengamos la fiesta en paz y ciñámonos a los hechos. Hay algo en lo que Daniel ha contado que me ha parecido muy extraño, todavía más que el resto, y no por lo folletinesco del embrollo, sino por un detalle esencial y aparentemente banal —añadió Barceló.
—Deslúmbrenos, don Gustavo.
—Pues helo aquí: eso de que el padre de Carax se negase a reconocer el cadáver de Carax alegando que él no tenía hijo. Muy raro lo veo yo. Casi contra natura. No hay padre en el mundo que haga eso. No importa la mala sangre que pudiera haber entre ellos. La muerte tiene estas cosas: a todo el mundo le despierta la sensiblería. Frente a un ataúd, todos vemos sólo lo bueno o lo que queremos ver.
—Qué gran cita es ésa, don Gustavo —adujo Fermín. ¿Le importa si la añado a mi repertorio?
—Para todo hay excepciones —objeté—. Por lo que sabemos, el señor Fortuny era un tanto particular.
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Carlos
Ruiz
Zafón
La
sombra
del
viento
—Todo lo que sabemos de él son chismes de tercera mano —dijo Barceló—. Cuando todo el mundo se empeña en pintar a alguien como un monstruo, una de dos: o era un santo o se están callando de la misa la media.
—A usted es que le ha caído en gracia el sombrerero por cabestro —dijo Fermín.
—Con todo respeto a la profesión, cuando la semblanza del villano tiene por toda base el testimonio de la portera del inmueble, mi primer instinto es el de la desconfianza.
—Por esa regla de tres no podemos estar seguros de nada. Todo lo que sabemos es, como usted dice, de tercera mano, o de cuarta. Con porteras o no.
—No te fíes del que se fía de todos —apostilló Barceló.
—Qué velada tiene usted, don Gustavo —alabó Fermín—. Perlas cultivadas al por mayor. Quién tuviera su visión preclara.
—Aquí lo único realmente claro en todo esto es que necesitan ustedes de mi ayuda, logística y probablemente pecuniaria, si pretenden resolver este pesebre antes de que el inspector Fumero les reserve una suite en el presidio de San Sebas. Fermín, ¿asumo que está usted conmigo
—Yo estoy a las órdenes de Daniel. Si él lo ordena; yo hago hasta de niño Jesús.